viernes, 5 de septiembre de 2008

"Yay es un lamento que se deja escurrir entre las cicatrices de nuestra madre tierra"

Yay, es un lamento de la tierra…
No puedo pensar en una mejor forma de bautizar con una sola frase a este lugar olvidado por todos…
Hasta aquellos que aun ven transcurrir sus vidas en esta tierra desean olvidarla.
A lo lejos se ve una valla que indica el punto donde comienza el pueblo que se encuentra a unos 8 kilómetros de la población de Sanare. A este lugar solo se puede acceder rodando por una sinuosa y accidentada carretera de tierra o, descendiendo desde el cielo.
Un tanque de agua en lo alto de una colina surte al caserío con menos frecuencia de la requerida. Sin embargo en este punto, se puede contemplar un paisaje conmovedor y un silencio azucarado y fresco acaricia los oídos del visitante.
Al llegar vemos un grupo de sencillas casas que se ramifica entre caminos polvorientos; los techos y paredes de la mayoría de ellas vieron nacer a los hijos de Yay y hoy se encuentran en ruinas, así mismo, la plaza pública y sus alrededores.
“La gente, se va de Yay” Dice un alfarero que abandonó el trabajo en su taller hace más de tres años, pero aun conserva los hornos y una que otra antigua pieza.
“Ya nadie viene, ni siquiera a visitar a los pocos que quedamos”. Buscando oportunidades de estudio y progreso económico sus antiguos habitantes han ido desapareciendo del paisaje, y con ellos su descendencia…
Se respira arcilla y bosta de vaca mientras caminas por veredas improvisadas, sorteando barriales y escuchando la incesante conversación entre los personajes caprinos, quienes se mantienen a una distancia prudencial pero nunca te abandonan.
En un pequeño bosque acogedor encontramos la escultura en honor a La Niña Teodora, locera insigne, inocente mujer, sencilla y sabia maestra, quien murió hace menos de una década luego de moldear con sus manos una larga vida consagrada al la protección de las tradiciones de su gente. Patrimonio cultural de la tierra larense.
La bodega mejor surtida del pueblo apenas tiene lo necesario para resolver una emergencia; cuenta con un patio de bolas criollas donde algunas veces puede disfrutarse de un juego y donde dice la gente que se prenden las parrandas de fin de semana que no llegue a disfrutar. Debo decir que nunca antes estuve en un lugar tan similar a aquel Macondo de García Márquez…
El calor y la lluvia definían los colores intensos del paisaje, el ocre de la fachada de la Iglesia en proceso de restauración, el verde de las siembras de hortalizas y los bosques, el cielo blanco, blanquísimo, siempre nublado en esos días, y los detalles coloridos de la escasa flora me hacían detener la marcha y suspirar.
El tímido pero amable trato de algunos personajes dejo colar un poco de información sobre las leyendas del pueblo…
Hace, nadie sabe cuantos años, Yay era una población pujante, prospera. Se podía ver a la gente en las calles siempre festejando, consumiendo alcohol y entregados a la vida promiscua propia de las ciudades que crecen descontroladamente. Habían olvidado por completo los mandatos de Dios, ya nadie asistía a las misas de la iglesia ni guardaba respeto a la Semana Santa, o a cualquier otra fecha de carácter religioso. La leyenda cuenta que Dios les envió varios avisos de que serian castigados si seguían por ese mal camino, sin embargo, esta gente no presto atención a nada de lo que pudiese limitar su desenfreno y continuaron igual. Una noche, en medio de una gran parranda, un anciano que nadie conocía se acerco al pueblo en busca de agua. Solo una muchacha joven y piadosa (de los pocos piadosos que quedaban), se acerco a ayudarle. La joven recibió una terrible noticia en este encuentro… Yay caería, seria castigada por el Señor y nada podría evitarlo, todo el pueblo desaparecería en un instante.
Sin embargo el anciano le dijo a la muchacha que había oportunidad de huir y que, cuanto antes debía salir del pueblo; pero que cuando se alejara, por ningún motivo volteara a mirar sin importar lo que escuchara ya que su vida corría peligro. Ella aterrada le creyó y trato de ir a convencer a otros, pero nadie le hizo caso. De modo que tomo sus cosas y se marcho. A pocos minutos de alejarse se escucho un terrible estruendo y gritos y llanto y suplicas, ella sintió la tierra temblar bajo sus pies y la enorme curiosidad que la invadió la forzó a voltear. Solo en un par de segundos alcanzo a ver a su pueblo hundiéndose y a toda su gente pereciendo antes de convertirse en piedra.
La similitud con la leyenda de la Mujer de Job y la desaparición de Sodoma y Gomorra, es notable.
Pero esta es la historia de la Hundición de Yay, curioso lugar al que me apresure a visitar…
Camine unos 600 metros desde el caserío, bajo una constante llovizna, hasta lo que me pareció otro planeta.
En un claro, al borde de la carretera comienza el sobrecogedor paisaje dibujado con tierra arcillosa que, como la piel de una venerable octogenaria se encuentra cubierta de grietas producto de la erosión. La vegetación xerófila rodea a enormes terrones grises y una suerte de hormiguero gigante se extiende mostrando un colorido luminoso. Naranjas, amarillos y cremas en una perfecta degradación entran y salen de cuevas, se elevan y caen. Como ya dije, bien podría ser un paisaje lunar o de Marte. Permanecí largas horas degustando lo que sin duda significaría un gran banquete para cualquier fotógrafo.
Puedo decir, con absoluta sinceridad, que las la variedad de texturas, la gama de colores que la naturaleza ha impreso en este paraíso y la delicada luz que lo baña, nos recitan la mas misteriosa poesía visual que podamos imaginar.
Hay mucho más que descubrir en esa tierra bendita, y la mejor forma de hacerlo es trasladarse hasta ella y vivenciar esta experiencia profunda.
Lugares como Yay, parecen huérfanos de este país, se desvanecen y extinguen irremediablemente ante la mirada indolente de quienes privilegian la construcción de centros comerciales o la ubicación de grandes vallas usando los valiosos recursos del pueblo, del pueblo que también es Yay.
Ser fotógrafo, para mí, es mucho más de accionar una cámara frente al paisaje y organizar una muestra para obtener el efímero y fútil reconocimiento público. Es asumir un compromiso social en la exaltación de nuestra identidad, aprovechar cada contacto con el entorno en beneficio del futuro, producir cada día mas y mejor trabajo enfrentando la banalización del arte con propuestas concretas contenidas en un discurso fotográfico de mayor nivel conceptual y estético.


SONIA JARAMILLO
FOTOGRAFA

INVITACION

INVITACION

AGUA

AGUA

LA CASA AZUL DE LA COLINA

LA CASA AZUL DE LA COLINA

ESE CAMINO DE POLVO

ESE CAMINO DE POLVO

SENDERO VERDE

SENDERO VERDE

TEMPLO

TEMPLO

CALLE DE LA CRUZ

CALLE DE LA CRUZ

RUINAS

RUINAS

RUINAS 2

RUINAS 2

RUINAS 3

RUINAS 3

CELEBRACION

CELEBRACION

TRANSPORTE EN YAY

TRANSPORTE EN YAY

TRANSPORTE EN YAY 2

TRANSPORTE EN YAY 2

TRANSPORTE EN YAY 3

TRANSPORTE EN YAY 3

LA NIÑA TEODORA

LA NIÑA TEODORA

LA NIÑA TEODORA 2

LA NIÑA TEODORA 2

MAQUINAS SIN HOMBRES

MAQUINAS SIN HOMBRES
MINAS